Todas las preguntas

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La cuestión es retorcida pero bien simple. Quienes, en el pasado, se distinguieron por sus críticas al Gobierno anterior y contribuyeron activamente al cambio político en Galicia, ¿tienen derecho a cuestionar ahora la actuación de los socios del bipartito o, por el contrario, su credibilidad ha quedado cuestionada en origen y ahora lo mejor que podrían hacer es estarse calladitos? Hay partidarios de la primera opción, pero también de la segunda. Y no es una mal ejercicio detenerse un segundo a pensar sobre ello.

Viene todo esto, por supuesto, al artículo con el que Suso de Toro cuestionó este fin de semana la labor de gobierno de la Xunta bipartita. Puede argumentarse, en defensa de la tesis según la cual no tiene ahora credibilidad para criticar quien antes se distinguió como un soporte fundamental de la estrategia política de los criticados, que sus motivos no están fundados en la razón y sí en en el rencor. Se suele hacer esta afirmación de quien, supuestamente, ve defraudadas sus expectativas de beneficiarse de una situación. Si así fuera, lo honrado sería establecerlo con hechos y no con suposiciones, así que, a falta de más información, vamos a descartar esta posibilidad.
En segundo lugar, cabe proponer, a modo de explicación, que no tiene derecho a quejarse precisamente alguien que contribuyó a abrir la Caja de Pandora y, por tanto, a liberar los males sobre la faz de la tierra. Esta tesis es, sin duda, mucho más presentable que la anterior pero, sin embargo, no deja de basarse en elementos que me parecen incompatibles con la honestidad intelectual. La razón es porque parte del principio de que es imposible juzgar con criterio los hechos, establecer comparaciones morales entre las expectativas y los resultados y contribuir al debate público haciendo compatible la convicción política con el análisis. Y yo no puedo creer eso.
Más bien al contrario, me parece un síntoma de la credibilidad de quien opina ser capaz de adoptar una posición crítica especialmente acerca de aquellas materias en las cuales se había depositado confianza, en la creencia, seguramente infundada pero no por ello moralmente reprochable, de que había razones para creer en el futuro. Lo que hace a alguien merecedor de confianza es la capacidad de sostener los mismos principios en circunstancias opuestas, especialmente cuando se está expuesto al pimpam-pum de la plaza pública. Y, como dice el dicho, “la confianza nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas la preguntas”.

Peridiotismo

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Dícese del periodismo idiota, o de los idiotas que hacen periodismo. ¿Quién no ha sentido perplejidad al ver cómo algunos periódicos y muchas televisiones completan sus contenidos con noticias que no pueden dejar de saber que son falsas, porque si no lo supieran los calificativos que merecerían serían mucho peores? Gracias a Petit, el extraordinario hijo pequeño de Orsai, aunque a Hernán Casciari le parezca un hijo tonto, podemos ver algunos ejemplos.


Este es el texto completo del post del imprescindible Petit:

La marcha del (periodista) estudiante
Cuando un periodista sabe que la información que le ha llegado no ocurrirá jamás, tiene dos opciones: o descarta su publicación y se pone a trabajar en algo más serio, o envía la nota a redacción con la palabra “ESTUDIAN” en alguna parte del título. Estas cinco idioteces se publicaron en diarios serios entre el lunes y hoy:

• Estudian obtener la cura contra cáncer a partir del tabaco.

• Estudian un posible milagro de Juan Pablo II.

• Estudian como evitar que un asteroide choque contra la Tierra.

• Estudian tomar medidas jurídicas a unos jóvenes por disfrazarse en carnaval.

• Estudian multar, en restaurantes, a los clientes si no se comen todo
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Agudeza mental

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Exercicio de agudeza mental: En que país do mundo un alto cargo dun Goberno é quen de seguir no seu cargo despois de ter insultado e ameazado a funcionarios da súa administración e a axentes de policía que prestan servicio onde el traballa? Se saben a resposta, pode que saiban tamén decirme de que materia está feita a responsabilidade dos seus superiores, que miran para outro lado como se asunto non fora con eles.

Se non o entenden, levémolo ó terreo da política comparada. Imaxinemos ó número dous da vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega acusado de insultos e ameazas polo policías da Moncloa. Canto duraría no seu posto? Ou, o que e aínda máis revelador, canto tempo tardarían PSOE e BNG en pedir a dimisión dun secretario xeral do Gobierno de Manuel Fraga se tivera protagonizado semellante espectáculo?
Se xa teñen resposta para estas preguntas, xa saben ata onde chega o compromiso dalgúns coa tan traída e levada rexeneración democrática de Galicia.

No era esto

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“Es ofensivo e inmoral, después de un cambio político para liberar a la sociedad de sus ataduras y chantajes, que esta Administración continúe con la compra de voluntades de las empresas de comunicación. Esa operación, realizada en la penumbra, sólo se explica por la intención de blindarse antidemocráticamente, de seguir comprando con dinero público la información y ocultándola luego. Por la intención de robarnos la libertad de prensa y de expresión. Eso es el más obsceno fraguismo”.

(Suso de Toro, en Fue para hacer otra política, publicado el domingo por El País)
(La foto es de Bogdan Zwir)


“La sociedad gallega es débil, es cierto. Padece la debilidad del país envejecido que somos y todavía está sacudiéndose el frío de la etapa de glaciación de la que acabamos de salir. Pero junto a esos rasgos se encuentran también manifestaciones de gran creatividad, vitalidad económica, social, cultural. Aunque, no nos engañemos, a pesar de los fondos europeos seguimos a la cola de casi todo. Aun así, esta Galicia no se merece la expresión política que tiene. Quizá la mereció antes, cuando la sociedad se dejó tutelar y subsistió minorizada mamando de la teta clientelar. Pero ahora que la ciudadanía hizo sus deberes merece otra política.

Una parte significativa de la sociedad se movilizó y se expuso una y otra vez ante un poder político que compraba a la sociedad y castigaba la disidencia, y lo hizo precisamente para acabar con aquella política. Fue la sociedad la que se movió para hacer un cambio, para enfrentarse a un poder político blindado y estarán muy equivocados los partidos que ahora gobiernan si creen que el mérito fue suyo. No les negaremos su trabajo, su militancia, sus denuncias de la ineptitud, corrupción, autoritarismo, la falta de transparencia…, el pésimo ejemplo que fue el poder político para una sociedad ya desesperanzada, nihilista. Pero los partidos no debieran olvidar que son instrumentos de la sociedad y aunque tengan su margen de autonomía en último término es la sociedad quien dispone de ellos poniéndolos en el Gobierno o quitándolos con su voto. Como se hizo. Y, en ese sentido, comprobamos que nuestros partidos son mucho más viejos que la sociedad, no han comprendido los cambios producidos en el país. Siguen sin pensar en la ciudadanía, todavía piensan en los votos comprados.

Los pusimos ahí con nuestro voto. Es nuestra responsabilidad que gobiernen. Y por eso, cuando van a cumplirse los dos años, todos tenemos la obligación de asumir la realidad. No podemos olvidar la etapa de la que venimos, una anomalía histórica caracterizada por la falta de libertad y la inmovilidad; en ese sentido hemos entrado en una etapa de normalidad histórica. No olvidamos la gravosa herencia que nos dejaron en casi todos los campos y así, podemos asumir, incluso comprender, la falta de impulso, las políticas de parche en casi todos los terrenos, la falta de imaginación. Pero resulta totalmente inaceptable que se continúe con las mañas y los modos de gobernar del fraguismo para conservar el poder.

Además de ser un error innecesario, es inaceptable que se censure un programa de humor político en la televisión porque resulta incómodo a quien gobierna. Es impresentable que continúe el tratar a los ancianos como mercancía electoral a base de raciones de empanada. Y es vergonzoso que actúe en ellas un presentador de la televisión autonómica, o una cosa o la otra. Y es ofensivo e inmoral, después de un cambio político para liberar a la sociedad de sus ataduras y chantajes, que esta Administración continúe con la compra de voluntades de las empresas de comunicación. Esa operación, realizada en la penumbra, sólo se explica por la intención de blindarse antidemocráticamente, de seguir comprando con dinero público la información y ocultándola luego. Por la intención de robarnos la libertad de prensa y de expresión. Eso es el más obsceno fraguismo.

La guinda a los comportamientos fraguistas en esta administración bipartita la ponen los altercados en la Vicepresidencia de la Xunta días pasados. Un bochornoso compendio de los malos modos, el autoritarismo y del uso del poder de un modo perverso. Alguien tendrá que dar explicaciones y pedir disculpas. Porque no merecemos eso.

La ciudadanía puede y debe ser comprensiva con unos partidos en su contexto histórico, pero no debiera aceptar lo que no es democráticamente aceptable. Aunque eso suponga, nuevamente, colocarse en posición incómoda. Los votamos, los pusimos ahí para que gobernasen de otro modo, no para perpetuar comportamientos fraguistas. Y los que discrepamos entonces de esos comportamientos no podemos ahora callar. Sólo nos queda esperar que, acercándose al ecuador de la legislatura, haya una autocrítica y un verdadero cambio en el modo de hacer política”.

El mundo en acción

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MoveOn.org es una de las principales organizaciones de agitación política que mejor han sabido beneficiarse de las ventajas que ofrece Internet. Nació, como muchas otras, al calor de los dos mandatos de Bush en la Casa Blanca y ahora que están a punto de concluir sus creadores impulsan una nueva plataforma de movilización, esta vez a escala global.

 

Avaaz.org es el nombre de esta organización, que trata de hacer frente de manera global y mediante la acción directa a una amplia gama de asuntos que van desde la Guerra de Irak al calentamiednto global, pasando por la pobreza extrema. Avaaz (“voz” en varios idiomas de Europa y Asia) quiere construir un discurso global con el único propósito democrártico de asegurarse de que los puntos de vista y los valores de los pueblos del mundo influyen sobre las decisions que afectan a sus vidas.
El nuevo movimiento tiene apenas unas semanas de vida pero ya se ha estrenado con las acciones puestas en marcha en contra del intento de Bush de aumentar el número de tropas norteamericanas en Irak.
Al mismo tiempo han comenzado campañas en Alemania, India, Francia y EEUU llamando a despertar a los líderes mundiales en relación con el cambio climático para que lo sitúen en primer lugar en la cumbre que van a celebrar el próximo mes de junio. Pincha aquí para ver la campaña y firmar la petición sobre el cambio climático.
Avaaz se presenta con una gran oportunidad para que los ciudadanos del mundo unan sus fuerzas como nunca antes lo había hecho. El impacto de movimiento ya ha sido recogido por medios como la revista The Economist.
El mundo, aseguran los promotores de Avaaz.org, encara muchos retos, pero si los ciudadanos del mundo trabajan unidos sin tener en cuenta las fronteras tendremos una razón para la esperanza. Los pueblos del mundo, subrayan, son el nuevo superpoder y juntos todo es posible.

No Logo

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No Logo se convirtió hace unos años en la biblia del movimiento antiglobalización. El trabajo de investigación de la periodista Naomi Klein puso al descubierto para el gran público la forma de actuar de las grandes multinacionales, los medios que utilizan para hacernos desear lo que no necesitamos y los mecanismos que perpetúan la explotación, a escala mundial, del hombre por el hombre. Aquí puedes ver un documental sobre el libro (visto en Microsiervos).

El libro de Klein es de obligada lectura. Y si alguien aún no lo ha visto, que nadie se pierda el extraordinario documental canadiense The Corporation, un análisis de las psicopatologías del c0mportamiento de las grandes multinacionales. Gracias a Microsiervos también puedes obtener información detallada acerca de No Logo, así como sobre The Corporation. Pero si quieres ir a las fuentes originales, prueba aquí para el libro de Klein y aquí para el documental canadiense. Corto y pego el prefacio de Esto no es una continuasción de “No Logo”, el último libro de Naomi Klein, publicado por La Jornada bajo el título Vallas y ventanas:

Esto no es una continuacion de “No Logo” (Paidós, Barcelona, 2001), el libro sobre el crecimiento del activismo contra las grandes corporaciones que escribí entre 1995 y 1999. Aquél era un proyecto de investigación regido por una tesis; Vallas y ventanas es una recopilación de mensajes desde las trincheras de una batalla que se desató aproximadamente en el mismo momento en que No Logo fue publicado. El libro estaba en la imprenta cuando los movimientos que describía, en gran medida subterráneos, penetraban en la conciencia general del mundo industrializado, sobre todo gracias a las protestas contra la Organización Mundial del Comercio que tuvieron lugar en Seattle en noviembre de 1999. De la noche a la mañana me vi inmersa en un debate internacional sobre la pregunta más acuciante de nuestro tiempo: ¿qué valores gobernarán la era global?

Lo que empezó como una gira de un par de semanas para promocionar el libro se convirtió en una aventura que abarcaría dos años y medio y 22 países. Me llevó a calles inundadas de gas lacrimógeno en Quebec y Praga, a asambleas vecinales en Buenos Aires, a acampadas con activistas antinucleares en el desierto del sur de Australia y a debates formales con jefes de Estado europeos. Los cuatro años de enclaustramiento para investigar que supuso escribir No Logo apenas me habían preparado para esto. A pesar de las informaciones mediáticas que me consideraban una de las “líderes” o “portavoces” de las protestas globales, lo cierto es que nunca antes había participado en la política y no me entusiasmaban las muchedumbres. La primera vez que tuve que pronunciar un discurso sobre la globalización, bajé la mirada hacia mis notas, empecé a leer y no alcé de nuevo la vista hasta transcurrida una hora y media.

Pero no era momento para timideces. Decenas y después centenares de miles de personas se estaban uniendo a nuevas manifestaciones cada mes. Muchas de ellas, como yo, nunca habían creído realmente en la posibilidad de un cambio político hasta ahora. Parecía como si los errores del modelo económico imperante fueran imposibles de ignorar, y esto sucedía antes de lo de Enron. Con objeto de satisfacer las demandas de los inversores multinacionales, los gobiernos de todo el mundo estaban desatendiendo las necesidades de las personas que los habían elegido. Algunas de estas necesidades no satisfechas eran básicas y urgentes—medicamentos, vivienda, tierras, agua—y en otros casos menos tangibles—espacios culturales no comerciales en los que comunicarse, reunirse y compartir, ya fuera en Internet, a través de emisoras públicas o en las calles—. Subyacía en todo ello la traición a la necesidad fundamental de contar con democracias responsables y participativas, no compradas y pagadas por Enron o el Fondo Monetario Internacional.

La crisis no respetó fronteras nacionales. Una economía global floreciente ocupada en buscar beneficios a corto plazo demostró ser incapaz por sí misma de responder a las crisis ecológicas y humanas, cada vez más urgentes; incapaz, por ejemplo, de sustituir los combustibles fósiles por fuentes de energía sostenibles; incapaz, a pesar de todas las promesas y los apretones de manos, de dedicar los recursos necesarios a detener la expansión del VIH en Africa; poco dispuesta a cumplir los acuerdos internacionales para reducir el hambre o incluso a solucionar los fallos en la seguridad de los alimentos básicos en Europa. Es difícil saber por qué el movimiento de protesta explotó en el momento en que lo hizo, porque la mayor parte de estos problemas sociales y ambientales han sido crónicos durante décadas, pero parte de la explicación se encuentra, sin lugar a dudas, en la propia globalización. Cuando las escuelas carecían de la financiación necesaria o el suministro de agua estaba contaminado, ello solía atribuirse a una mala gestión financiera o, abiertamente, a la corrupción de los miembros de los gobiernos nacionales. Hoy en día, sin embargo, y gracias al auge del intercambio de información más allá de las fronteras, estos problemas son identificados como efectos locales de una determinada ideología global, apoyada por los políticos nacionales pero concebida originalmente por un puñado de intereses de grandes empresas e instituciones internacionales entre las que se cuentan la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

La ironía de la etiqueta “antiglobalización”, impuesta por los medios de comunicación, es que los miembros de este movimiento estamos convirtiendo la globalización en una realidad viva, quizás en un grado mucho mayor que el más “multinacional” de los ejecutivos de una corporación o el más incansable de los miembros de la jet-set. En encuentros como el Foro Social Mundial en Porto Alegre, en “contracumbres” durante las reuniones del Banco Mundial y en redes de comunicación como www.tao.ca o www.indymedia.org, la globalización no se limita a una serie de restringidas transacciones comerciales y turísticas. Se trata, al contrario, de un intrincado proceso en el que miles de personas unen sus destinos simplemente mediante la puesta en común de ideas y la
narración de historias sobre cómo las teorías económicas abstractas afectan sus vidas cotidianas. Este movimiento no tiene líderes en el sentido tradicional: sólo gente decidida a aprender y a transmitir.

Como otras personas que se encontraron en esta telaraña global, yo llegué equipada tan sólo con una comprensión limitada de las economías neoliberales, especialmente en lo que atañe a la forma en que éstas afectan a los jóvenes que crecen excesivamente expuestos al mercado y con pocas posibilidades de empleo en Norteamérica y Europa. Pero como muchos otros, yo he sido globalizada por este movimiento: he realizado un curso rápido sobre las consecuencias que la obsesión por el mercado ha tenido para granjeros sin tierra en Brasil, profesores en Argentina, trabajadores de establecimientos de comida rápida en Italia, cafetaleros en México, habitantes de los barrios de chabolas en Sudáfrica, teleoperadores en Francia, inmigrantes recolectores de tomates en Florida, sindicalistas en Filipinas o niños sin techo en Toronto, la ciudad donde vivo.

Esta recopilación es una crónica de mi propio y dificultoso aprendizaje, una pequeña parte de un vasto proceso de información directa compartida que ha dado a mucha gente—personas que no tienen estudios en economía, que no son abogados de comercio internacional ni expertos en patentes—el valor para participar en el debate sobre el futuro de la economía global. Estas columnas, artículos y discursos, escritos para The Globe and Mail, The Guardian, Los Angeles Times y muchas otras publicaciones, fueron pergeñados con rapidez en habitaciones de hotel a altas horas de la noche después de protestas en Washington y México DF, en Independent Media Centres y a bordo de muchos, demasiados aviones. (Ya voy por mi segundo ordenador portátil después de que el hombre que viajaba delante de mí, en un asiento económico de un atestado avión de Air Canada, apretara el botón para reclinarse y yo oyera un terrible crujido). Contienen los argumentos y hechos más irrecusables que pude encontrar para esgrimir en los debates con economistas neoliberales, así como las experiencias más conmovedoras que viví en las calles con compañeros activistas. A veces son apresurados intentos de asimilar la información que había llegado a mi bandeja de entrada sólo unas pocas horas antes, o de hacer frente a una nueva campaña de desinformación que atacara la naturaleza y objetivos de las protestas. Algunos de los textos, particularmente los discursos, no han sido publicados anteriormente.

¿Por qué recopilar estos escritos desiguales en un libro? En parte porque unos meses después del inicio de la “guerra contra el terrorismo” de George W. Bush se ha impuesto la sensación de que algo ha terminado. Algunos políticos (especialmente los que vieron cómo sus políticas eran puestas bajo la lupa de los manifestantes) se apresuraron a declarar que lo que había terminado era el propio movimiento: proclamaban que las preocupaciones en torno a los errores de la globalización son frívolas e incluso alimentan “al enemigo”. En realidad, la escalada de la fuerza militar y la represión de los últimos años han provocado las más amplias protestas en las calles de Roma, Londres, Barcelona y Buenos Aires. También han inspirado a numerosos activistas, que anteriormente se limitaban a mostrar un disentimiento simbólico en el exterior de las cumbres, a emprender acciones directas para reducir la violencia. Entre estas acciones se encuentra incluso la de servir de “escudos humanos” durante el encierro en La Iglesia de la Natividad de Belén, así como el intento de detener las deportaciones ilegales de refugiados en los centros de detención europeos y australianos. Pero cuando el movimiento entró en este delicado nuevo estadio, me di cuenta de que había sido testigo de algo extraordinario: el preciso y emocionante momento en que los parias del mundo real irrumpieron en el club exclusivo de expertos donde se decide nuestro destino colectivo. De modo que éste es el relato no de una conclusión, sino de ese inicio trascendental, un periodo inaugurado en Norteamérica por la gozosa explosión en las calles de Seattle y catapultado hacia un nuevo capítulo por la inimaginable destrucción del 11 de septiembre.

Otra cosa me convenció para reunir estos artículos. Hace unos meses, mientras buscaba entre los recortes de mis columnas una estadística perdida, advertí un par de temas e imágenes recurrentes. La primera era la valla. La imagen aparecía una y otra vez: barreras separando a la gente de lo que antes habían sido recursos públicos, apartándola de la tierra y el agua, restringiendo su capacidad para cruzar fronteras, para expresar disentimiento político, para manifestarse en las calles, incluso para evitar que los políticos aprobasen políticas que tuvieran un sentido para las personas que los habían elegido.

Algunas de estas vallas son difíciles de ver, pero no por ello dejan de existir. Una valla virtual rodea las escuelas de Zambia, donde se ha introducido una “tasa para usuarios” de la educación, siguiendo el consejo del Banco Mundial, que ha puesto las aulas fuera del alcance de millones de personas. Una valla rodea las granjas familiares de Canadá, donde las políticas del gobierno han convertido la agricultura a pequeña escala en un artículo de lujo, inasequible en un paisaje de mercancías con los precios por los suelos y granjas fabriles. Hay una valla real, si bien invisible, que rodea el agua potable de Soweto, donde los precios se han disparado debido a la privatización, y los residentes se ven obligados a recurrir a las fuentes contaminadas. Y hay una valla que rodea la misma idea de democracia cuando se le dice a Argentina que no recibirá un crédito del Fondo Monetario Internacional a menos que reduzca todavía más el gasto social, privatice más recursos y elimine la ayuda a las industrias locales, todo ello en medio de una crisis económica agudizada por estas mismas políticas. Estas vallas son, por supuesto, tan viejas como el colonialismo. “Estas operaciones de usura ponen rejas alrededor de las naciones libres”, escribió Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Se refería a los términos de un crédito británico concedido a Argentina en 1824.

Las vallas, la única forma de proteger la propiedad de posibles bandidos, siempre han formado parte del capitalismo, pero los dobles raseros que apuntalan estas vallas son, desde hace un tiempo, cada vez más descarados. Expropiar holdings puede ser el mayor pecado que cualquier gobierno socialista pueda cometer a los ojos de los mercados financieros internacionales (pregúntenselo a Hugo Chávez en Venezuela o a Fidel Castro en Cuba). Pero la protección de los activos garantizada a las compañías por los acuerdos de libre comercio no es extensible a los ciudadanos de Argentina que depositaron sus ahorros de toda la vida en cuentas del Citibank, el Scotiabank y el HSBC, y ahora ven cómo la mayor parte de su dinero ha desaparecido sin más. Tampoco la inclinación del mercado por la riqueza privada dispensa un mejor trato a los empleados de Enron en Estados Unidos, quienes se encontraron con el “cierre” de los portafolios de sus jubilaciones privatizadas, por más que los ejecutivos de Enron se
estuviesen embolsando beneficios a un ritmo vertiginoso.

Mientras tanto, ciertas vallas realmente necesarias están siendo atacadas: con la acometida de la privatización, las barreras que antaño existieron entre muchos espacios públicos y privados—impidiendo que hubiera anuncios en las escuelas, por ejemplo; que hubiera intereses de lucro en la salud pública, o que los noticiarios actuaran como meros vehículos de las otras empresas de sus propietarios—han sido derribadas. Todo espacio público protegido ha sido abierto sólo para que el mercado vuelva a cerrarlo.

Otra barrera de interés público que está seriamente amenazada es la que separa los cultivos manipulados genéticamente de los cultivos no alterados. Los gigantes de las semillas no han hecho absolutamente nada para evitar que sus adulteradas semillas volaran hacia los campos vecinos, arraigando y cruzándose, de modo que en muchos países comer alimentos no manipulados genéticamente no es ni siquiera una opción: toda la provisión de alimentos ha sido contaminada. Las vallas que protegen los intereses públicos parecen estar desapareciendo muy rápidamente, mientras que las que restringen nuestras libertades se multiplican.

Cuando advertí que la imagen de la valla seguía apareciendo en discusiones, debates y en mis propios textos, ello me pareció significativo. A fin de cuentas, la pasada década de integración económica ha sido estimulada por la promesa de una caída de barreras, de una creciente movilidad y de una mayor libertad. Pero 13 años después de la celebrada caída del Muro de Berlín seguimos rodeados de vallas, incomunicados; entre nosotros, con la tierra y con nuestra propia capacidad para imaginar que el cambio es posible. El proceso económico que se desarrolla bajo el benigno eufemismo de “globalización” afecta ahora a todos los aspectos de la vida, transformando todas las actividades y recursos naturales en una mercancía restringida y en manos de alguien. Como señala el investigador laboral afincado en Hong Kong Gerard Greenfield, el estado actual del capitalismo no se limita al comercio en el sentido tradicional de vender más productos más allá de las fronteras. También implica alimentar la insaciable necesidad del mercado de crecer mediante la redefinición como “productos” de sectores enteros que anteriormente eran considerados “bienes comunes” que no estaban en venta. La invasión de lo público por lo privado ha llegado a ámbitos como la salud y la educación, por supuesto, pero también a las ideas, los genes, las semillas –hoy compradas, patentadas y valladas–, así como a los remedios tradicionales aborígenes, las plantas e incluso las células humanas. Con el hoy en día la mayor exportación de Estados Unidos (más que los productos manufacturados o las armas), la ley de comercio internacional no sólo debe ser comprendida como un elemento que socava barreras al comercio, sino más concretamente como un proceso que erige de forma sistemática nuevas barreras: alrededor de los conocimientos, de la tecnología y de los recursos recientemente privatizados. Estos Derechos de la Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio impiden que los granjeros replanten sus semillas Monsanto patentadas y convierten en ilegal la fabricación por parte de los países pobres de medicamentos genéricos más baratos para abastecer a poblaciones necesitadas.

La globalización está hoy siendo juzgada porque al otro lado de estas vallas virtuales hay personas reales expulsadas de las escuelas, los hospitales, los lugares de trabajo, sus propias granjas, casas y comunidades. La privatización y la desregulación a gran escala han creado ejércitos de personas expulsadas, cuyos servicios ya no son requeridos, cuyos estilos de vida son despreciados por “atrasados”, cuyas necesidades básicas no son satisfechas. Estas vallas de la exclusión social pueden desechar una industria entera, y pueden también desahuciar a todo un país, como ha sucedido con Argentina. En el caso de Africa, todo un continente se ve exiliado a la sombra del mundo global, fuera del mapa y de las noticias, apareciendo sólo en tiempos de guerra, cuando sus ciudadanos son vistos con recelo como miembros potenciales de una milicia, aspirantes a terroristas o fanáticos antiamericanos.

De hecho, poquísimas de las personas expulsadas al otro lado de la valla por la globalización recurren a la violencia. Hacen algo más simple: se mueven, del campo a la ciudad, de un país a otro. Y es entonces cuando deben enfrentarse con vallas que, en este caso, no tienen nada de virtual: las vallas hechas de eslabones y alambre de espino, reforzadas con hormigón y protegidas con metralletas. Cada vez que oigo la expresión “libre comercio” no puedo evitar recordar las fábricas carcelarias que visité en Filipinas e Indonesia, rodeadas de portalones, atalayas y soldados para acaparar productos con subvenciones muy altas e impedir el acceso a los sindicalistas. Pienso, también, en un viaje reciente al desierto del sur de Australia, donde visité el infame centro de detención de Woomera. A unos 500 kilómetros de la ciudad más cercana, Woomera es una antigua base militar que ha sido convertida en una cárcel para refugiados privatizada y poseída por una empresa subsidiaria de la firma norteamericana de seguridad Wackenhut. En Woomera, cientos de refugiados afganos e iraquíes, que han huido de la opresión y la dictadura de sus países, desean con tanta desesperación que el mundo vea lo que hay al otro lado de la valla, que realizan huelgas de hambre, saltan desde el tejado de sus barracones, beben champú y se cosen la boca.

En estos días, los periódicos están llenos de horribles narraciones de buscadores de asilo que tratan de cruzar las fronteras nacionales escondiéndose entre productos que gozan de una movilidad mucho mayor que ellos. En diciembre de 2001, los cuerpos de ocho refugiados rumanos, entre los que había niños, fueron descubiertos en un contenedor cargado de muebles de oficina: se habían asfixiado durante el largo viaje marítimo: El mismo año, los cadáveres de otros dos refugiados fueron descubiertos en Eau Claire, Wisconsin, en un cargamento de muebles de baño. El año anterior, 24 refugiados chinos de la provincia de Fujian murieron por asfixia en la parte trasera de un camión de reparto en Denver, Inglaterra.

Todas estas vallas están conectadas: las reales, hechas de acero y alambre de espino, son necesarias para reforzar las virtuales, las que ponen los recursos y la riqueza fuera del alcance de muchos. Pero sucede que es imposible esconder una parte tan grande de nuestra riqueza colectiva sin la ayuda de una estrategia que controle el malestar y la movilidad populares. Las empresas de seguridad hacen su agosto en las ciudades en las que es mayor la brecha entre ricos y pobres –Johannesburgo, Sao Paulo, Nueva Delhi– vendiendo puertas de hierro, coches blindados, complejos sistemas de alarma y alquilando ejércitos de guardas privados. Los brasileños, por ejemplo, se gastan 4 mil 500 millones de dólares al año en seguridad privada, y los 400 mil policías de alquiler armados del país superan en número a los agentes de policía en una proporción de casi cuatro a uno. En la profundamente dividida Sudáfrica, el gasto anual en seguridad privada ha alcanzado los mi
l 600 millones de dólares, más de tres veces lo que el gobierno se gasta cada año en viviendas de bajo precio. Hoy por hoy parece que estas elaboradas fortificaciones que protegen a los que tienen de los que no tienen son microcosmos de lo que se está convirtiendo rápidamente en la seguridad del Estado global: no se trata de la aldea global con cada vez menos muros y barreras, tal y como nos prometieron, sino de una red de fortalezas conectadas por corredores comerciales fuertemente militarizados.

Si este retrato parece desmesurado, sólo puede ser debido a que la mayoría de nosotros, los occidentales, casi nunca vemos las vallas y la artillería. Las fábricas fortificadas y los centros de detención de refugiados permanecen aislados en lugares remotos, donde el peligro de representar un reto para la seductora retórica de un mundo sin fronteras es menor. Pero durante los últimos años, algunas vallas han aparecido ante nuestros ojos, con frecuencia, y coherentemente, durante las cumbres en las que se desarrolla este virtual modelo de globalización. Hoy en día se da por hecho que si los líderes mundiales quieren reunirse para discutir un nuevo acuerdo comercial, deberán construir una fortaleza de última generación para protegerse de la ira del pueblo, compuesta por tanques blindados, gas lacrimógeno, cañones de agua y perros de presa. Cuando Quebec albergó la Cumbre de las Américas en abril de 2001, el gobierno canadiense tomó la decisión sin precedentes de construir una jaula alrededor no sólo del centro de conferencias, sino también del centro de la ciudad, obligando a los residentes a mostrar su documentación oficial para llegar a sus casas y lugares de trabajo. Otra estrategia habitual es celebrar las cumbres en lugares inaccesibles: la reunión de 2002 del G8 fue mantenida en mitad de las Montañas Rocosas canadienses, y la reunión de 2001 de la OMC tuvo lugar en el represivo Estado de Qatar, país en el que el emir prohíbe las protestas políticas. La “guerra contra el terrorismo” se ha convertido en otra valla tras la que esconderse, y es utilizada por los organizadores de las cumbres para explicar por qué las muestras públicas de disidencia no son ya posibles hoy en día o, todavía peor, para trazar amenazantes comparaciones entre los manifestantes legítimos y los terroristas empeñados en la destrucción. Pero lo que se presenta como amenazantes enfrentamientos resulta ser con frecuencia acontecimientos alegres, experimentos de formas alternativas de organizar sociedades y críticas del modelo existente. Recuerdo que la primera vez que participé en una de estas contracumbres tuve la inconfundible sensación de que se estaba abriendo una puerta política: una salida, una ventana, una “rendija en la historia”, para utilizar la bella expresión del subcomandante Marcos. Esta abertura tenía poco que ver con la luna rota del McDonald’s local, la imagen preferida de las cámaras de televisión. Se trataba de algo distinto: una sensación de posibilidad, una bocanada de aire fresco, una ola de oxígeno entrando en el cerebro. Estas protestas—que son realmente maratones de una semana de intensa educación sobre la política global, sesiones de estrategia de madrugada traducidas simultáneamente a seis idiomas, festivales de música y teatro callejero—son como adentrarse en un universo paralelo. De la noche a la mañana, el lugar es transformado en una suerte de ciudad alternativa en la que la urgencia sustituye a la resignación, los logotipos empresariales necesitan guardias armados, la gente ocupa automóviles que no son suyos, el arte está en todas partes, los extraños se dirigen la palabra, y la perspectiva de un cambio radical en el desarrollo político no parece una idea extravagante y anacrónica, sino el pensamiento más lógico del mundo.

Incluso las medidas de seguridad más rotundas han sido convertidas por los activistas en parte del mensaje: las vallas que rodean las cumbres se han transformado en metáforas de un modelo económico que exilia a miles de millones de personas a la pobreza y la exclusión. Los enfrentamientos se producen ante la valla, pero no sólo aquellos que implican palos y ladrillos: las granadas de gas lacrimógeno han sido rechazadas con palos de hockey, los cañones de agua han sido retados del modo más irreverente con pistolas de agua de juguete y los zumbantes helicópteros han sido burlados con escuadrones de aviones de papel. Durante la Cumbre de las Américas de Quebec, un grupo de activistas construyó una catapulta de madera al estilo medieval; la arrastraron hasta la valla de tres metros que rodeaba el centro de la ciudad y catapultaron ositos de peluche por encima. En Praga, durante una reunión del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el grupo italiano de acción directa Tute Bianche decidió enfrentarse a los policías antidisturbios vestidos de negro no con amenazadores pasamontañas de esquí, sino con monos blancos rellenos de goma de neumático y acolchados con poliestireno. En un enfrentamiento entre Darth Vader y un ejército de Hombres Michelín, la policía no podía ganar. Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, la escarpada ladera que llevaba al centro de conferencias era escalada por una banda de “hadas rosas” con cómicas pelucas, vestidos en colores plata y rosa y zapatos de plataforma. Estos activistas son muy serios en lo que respecta a su deseo de acabar con el orden económico actual, pero sus tácticas reflejan un tenaz rechazo a implicarse en las luchas clásicas por el poder: su objetivo, que empecé a explorar en los últimos textos de este libro, no es hacerse con el poder, sino combatir el principio de centralización del mismo.

También se están abriendo nuevos tipos de ventanas, conspiraciones pacíficas que reclaman los bienes y los espacios privatizados para el uso público. Quizá sean estudiantes arrancando los anuncios de sus clases, intercambiando música en Internet o creando centros de medios independientes con software gratuito. Quizá sean campesinos tailandeses plantando verduras orgánicas en campos de golf más regados de lo necesario, o granjeros sin tierra de Brasil cortando las vallas que rodean los campos sin utilizar y convirtiéndolos en granjas cooperativas. Quizá sean trabajadores bolivianos dando marcha atrás al proceso de privatización del suministro del agua, o ciudadanos de Sudáfrica reconectando la electricidad de los vecinos bajo el eslogan “Power to the people” [Nota de la redacción: Poder, en inglés tiene los dos significados: “energía” —eléctrica—y “poder”]. Y una vez reclamados, estos espacios son también reconstruidos. En asambleas vecinales, en consejos municipales, en centros de medios independientes, en bosques y granjas gestionadas por la comunidad está emergiendo una nueva cultura de vibrante democracia directa, alimentada y fortalecida por la participación directa, no desalentada ni desanimada por la pasiva condición de espectadores.

A pesar de todos los intentos de privatización, parece claro que hay ciertas cosas que no quieren tener propietario. La música, el agua, las semillas, las ideas siguen derribando los muros que se construyen a su alrededor. Muestran una resistencia natural al encierro, una tendencia a escapar, a mezclarse, a saltar por encima de
las vallas y salir volando por las ventanas abiertas.

Mientras escribo esto, no se sabe con certeza qué saldrá de estos espacios liberados, o si lo que saldrá será suficientemente sólido para soportar los crecientes embates de la policía y el ejército a medida que se difumina deliberadamente la línea entre terrorista y activista. El interrogante acerca de lo que sucederá me preocupa, así como a todo aquel que haya participado en la construcción de este movimiento internacional. Pero este libro no pretende responder a esta interrogante. Simplemente ofrece una visión de los primeros pasos de un movimiento que se originó en Seattle y se ha transformado a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre y sus consecuencias. He decidido no rescribir estos artículos más allá de unos mínimos cambios, normalmente indicados entre corchetes, relativos a una referencia explicada a un argumento ampliado. Son presentados aquí (en un orden más o menos cronológico) tal y como son: postales instantáneas de momentos dramáticos, un documento del primer capítulo de una muy vieja y recurrente historia: la de la gente empujando las barreras que tratan de contenerlas, abriendo ventanas, respirando hondo, probando la libertad.”.

Grandes momentos de antroido

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Mohamed Ould Abderrahmane, Ugio Caamanho Santiso, José Luis Mosquera Veleiro, Antonio Losada Trabada. Del agua hirviendo a la banqueta, la hipoteca y la cuerda de sábanas. De la chapuza al esperpento, la realidad siempre gana, porque tiene más caspa. Especialmente en tiempo de carnaval. He aquí una breve selección periodística.


Mohamed Ould Abderrahmane, de 31 años, sentado en la fila cinco, aguardó a que se anunciase la escala que el avión iba a hacer en Nuadibú y acto seguido se levantó, empujó a una de las azafatas y avanzó hasta la cabina del aparato. Llevaba dos pistolas automáticas con sus cargadores repletos de balas, y con ellas apuntó al piloto y al copiloto. El comandante sabía que, de las 79 personas que viajaban a bordo del avión, el único que no llevaba cinturón de seguridad era el secuestrador, así que según estaba aterrizando en Las Palmas pegó un frenazo brusco que desestabilizó al individuo. Cuando en pleno aterrizaje perdió el equilibrio, seis pasajeros se precipitaron contra él y le redujeron. Una de las azafatas aprtovechó para arrojarle una tetera de agua hirviendo a su entrepierna”. (texto publicado por El País)

José Luis Mosquera Veleiro, aplicado concejal de pueblo. “Sus únicos ingresos reconocidos provienen de su actividad como profesor de Historia en el Instituto Auga da Laxe, ubicado en el centro de Gondomar, donde es muy apreciado por la mayor parte de los alumnos y profesores. Su vida transcurría a diario entre la casa consistorial y el centro de enseñanza, y habitaba una modesta vivienda situada en un ático de apenas 50 metros cuadrados en el casco urbano. Presumía de buen gestor de actividades de ocio en el municipio y no tenía rubor en decir que había logrado convertir Gondomar en «la capital cultural de Val Miñor»”. “Yo también tengo que pagar una hipoteca”, relatan las crónicas que le dijo al empresario al que extorsionaba mientras la Guardia Civil grababa toda la conversación. (texto publicado por La Voz de Galicia)

Ugio Caamanho Santiso, preso pero con iniciativa. “Todo ocurrió sobre las 5 de la madrugada del martes al miércoles cuando, según las fuentes consultadas, el interno serró los barrotes de la ventana de su celda con una herramienta que tenía escondida. La celda se encuentra en un segundo piso de la prisión y desde allí se descolgó hasta un patio interior con ayuda de unas sábanas anudadas. Finalmente, no pudo alcanzar otro patio porque fue interceptado por los funcionarios”. (texto publicado por El Periódico de Extremadura)

Antonio Losada Trabada, secretario xeral de Relacións Institucionais. “Fuentes policiales y testigos presenciales confirmaron que el propio Losada se subió el jueves pasado a una banqueta para borrar personalmente la frase “de Igualdade e do Benestar” que Presidencia había ordenado situar junto a la palabra “Vicepresidencia”, justo a la entrada de las oficinas que ocupa el departamento de Anxo Quintana” en la sede de la Xunta en San Caetano.
“No es este el único conflicto protagonizado por Antonio Losada en la sede de la Xunta en las últimas semanas. Recientemente, siempre según testigos presenciales, ordenó forzar la entrada y cambiar la cerradura de un despacho que su Secretaría Xeral disputaba a un departamento colindante que depende de Presidencia, aunque finalmente no llegó a ocuparlo”. (texto publicado por El País)

Debate e blogosfera

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“A medida que unha discusión online en galego sobre calquera tema avanza, a probabilidade de que se mencione o reintegracionismo/isolacionismo achégase a 1”. A primera Lei de Berto non pode describir mellor unha das eivas máis habituais do blogomillo. Se na blogosfera española os debates sobre calquera cousa acaban xirando inevitablemente en torno a peóns negros e furgonetas brancas, en Galicia é o idioma empregado o que termina por condicionar os argumentos e discurso mesmo de cada quen. (a imaxe está tomada do blog de Berto)

Poderíase falar incluso dunha nova lei: “A probabilidade de que unha discusión online en Galicia sobre calquera tema acabe xirando en torno á identidade lingüística de cada quen e, por conseguinte, debata a ideoloxía política dos autor do blog, é directamente proporcional á súa duración”. A min lémbrame a certas persoas capaces de ler determinados xornais só porque están escritos nun idioma, sen ter en consideración a credibilidade dos seus contidos. Esta forma de proceder equivale, nunha analoxía doméstica, a preferir un yogur caducado pero etiquetado en galego a outro rotulado en castelán pero todavía apto para o consumo. Así nos vai…

¿Signos de esperanza?

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¿Hay espacio para una televisión mejor? Somos muchos los que pensamos que no. La degeneración del medio, la sobredosis de publicidad y la multiplicación de cadenas han dado como resultado un producto de difícil digestión. El futuro pasa por la televisión de pago, los canales especializados y la necesidad de asumir que, como en casi todas las cosas, si quieres calidad tienes que pagar. O no. Tal vez haya signos de esperanza.

Según Vaya Tele, algunos géneros basura están en crisis. “Telecinco ha comenzado a reaccionar ante el fracaso de los últimos realities que se han emitido (en general, no sólo el suyo) y ha suspendido la producción del que iba a ser su próximo reality show, la enésima edición de Supervivientes. La emisión de este programa estaba prevista para esta primavera, previsiblemente después de finalizar La casa de tu vida. Después de los pobres datos de audiencia que está registrando este programa, parece que la cadena no quiere correr el riesgo de poner en marcha un concurso que tiene una producción bastante costosa. Parece claro que el genero de los reality shows no pasa por su mejor momento, que ya no triunfa cualquier formato (o más bien habría que decir que ya no triunfa casi ninguno) y que cada vez resulta más arriesgado intentar innovar con este tipo de programas”.
¿Llegó la hora de la sensatez? El día en que programas como Aquí Hay Tomate sean retirados de la parrilla por baja audiencia recuperaré la fe en la audiencia española.

Y tanto que sí

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No se conformaron con meternos en una guerra absurda ideada exclusivamente para atender los intereses de las grandes petroleras norteamericanas y los principales fabricantes de armas del mundo, los dos grandes beneficiarios de la política impulsada por los halcones de Washington después del 11 de septiembre. Ahora resulta que legitimaron la cárcel ilegal de Guantánamo, en la que los militares de EEUU llevan cinco años violando los derechos humanos, utilizando para ello el aparato del Estado a espaldas de los ciudadanos. No me extraña que Mariano Rajoy no quiera hablar de Irak.

El martes, después de que José María Aznar, no sin esfuerzo, se diese por enterado de que en Irak no había armas de destrucción masiva, dio muestras del hombre de Estado que se oculta en su interior. “Yo es que estoy en otras cosas”, declaró. “No estoy ni en Felipe V, ni en lo suevos, ni en lo que pasó en España hace muchos años. Creo que éste es un asunto que cuando el presidente del Gobierno lo saca… igual que saca la memoria histórica. Oiga, pero no podemos darles a los españoles, hombre, un mensaje de futuro, que ya somos la octava potencia económica del mundo, que hemos crecido muchísimo, nuestro nivel de convergencia y por tanto nivel medio de bienestar ha crecido, por ahí debemos seguir, tenemos que hacer reformas estructurales, tenemos que preocuparnos de la economía, tenemos que hacer una política exterior propia de un país civilizado. Pero qué debates son éstos sobre eso de las fosas que va a hacer ahora Mayor Zaragoza con Mario Soares y con Cosío (…) éste es un país civilizado, coño”.
Hoy, a la vista de la visita policial española a Guantánamo, no se le ha ocurrido mejor cosa que decir que no sabía nada y pedir explicaciones al Gobierno actual. Va a ser verdad que está en otras cosas…
[Si quieres actuar, díselo a Bush].