La tormenta

Dice Enric González que el enemigo es el jefe. No sé cómo será en su periódico; en el mío no sucede eso. Ni siquiera en el peor de los momentos. Tampoco comparto la tesis de quienes, cuando hablamos de la crisis del periodismo, tienden a focalizar el problema en el empresario, al que atribuimos la torpeza de no  ver que su verdadero capital es la gente, los periodistas que trabajan para él.  Sé que a menudo es así. Pero, con todo, no estoy seguro de que podamos hablar en esos supuestos de crisis del periodismo, en todo caso únicamente de crisis del periodismo de calidad. Un empresario del mundo de la comunicación que prescinde de los buenos periodistas para hacer su producto sólo conseguirá perder posiciones en el mercado y, por muchos beneficios que engorden su cuenta de resultados, acabará por perder su negocio. Ese era, sin duda, la norma de este sector hasta hace apenas dos años. Una actitud que debilitó la calidad del periodismo y, de paso, las condiciones de trabajo de los que lo hacemos.

 

Es un problema grave, por supuesto. Pero a mí me inquieta aún más otro que se me antoja mayor: la crisis económica y el cambio de paradigma que está provocando como consecuencia del hundimiento del mercado publicitario. Lo que está en juego, ahora sí, no es la calidad del periodismo, es la actividad periodística en sí misma. La industria de la comunicación ya no es capaz de generar recursos económicos suficientes. La reducción de los ingresos, mucho más que la caída de las ventas (que no es tan grave ni, desde luego, tan general) ya no sólo amenaza los beneficios de las empresas, como ocurría hasta ahora, sino su viabilidad como negocio sostenible. Dicho de otro modo: la cosa ya no consiste en una batalla entre explotados y explotadores: el barco se hunde con todos a bordo. Y nada hace pensar que se trate de una tormenta pasajera..

Así la cosas, me cuesta no sentir vértigo cuando Enric Ginzález casi se felicita de la desaparición de la parte industrial del proceso porque “toda la gracia está en el oficio” y celebra que se acerque “una época en la que el periodista será él mismo, expuesto a la intemperie, a solas con sus propios compromisos y sus propios errores”.

Pues bien: la intemperie ha llegado. Y no entiendo en qué va a beneficiar a los lectores el frío que vamos a pasar.

Batalla perdida

El PSOE quiere presentarse en plena campaña haciendo ver que la gestión de José Luis Rodríguez Zapatero durante los dos últimos años ha sido una ocurrencia ajena a los socialistas en la que ellos no tuvieron arte ni parte: intentan tomar distancia de la herencia de estos años como si el propio Alfredo Pérez Rubalcaba no formase parte de ella. Perdidas las elecciones por anticipado, el candidato socialista trata ahora de ajustar el resultado ventilando la pelea electoral en el terreno de la credibilidad. La suya contra la de Mariano Rajoy. El buen comunicador (y hombre de izquierdas de toda la vida, aunque hasta pocos meses nos lo hubiese ocultado) frente al candidato de la agenda oculta y la ambigüedad calculada.

Sin embargo, Rubalcaba también tiene perdida esa batalla. En política cuentan más las percepciones que los conceptos y por mucho que los mensajes del aspirante socialista sean racionalmente más consistentes que los de su adversario (sobre ese particular caben pocas dudas), la profundidad de la crisis económica y la agónica sensación de que todo lo que ocurre es consecuencia de la gestión del PSOE van a ser determinantes para que los ciudadanos entreguen a Rajoy el cheque en blanco que pide desde hace meses.  La gente ya no está en el terreno de la reflexión, va a votar desde las entrañas, y ahí Rubalcaba sólo es una prolongación de Zapatero.

El camino hacia la independencia

La derechona de toda la vida, esa que hunde las raíces de su poder en el franquismo, parece empeñada en expulsar a Cataluña del consenso constitucional al que, a duras penas, habían conseguido atraerla en los años difíciles de la transición. Al trauma del Estatut, mutilado por un Tribunal Constitucional construido de espaldas a la España plural, se suma ahora la campaña montada por el TDT party y sus aliados contra el uso del catalán como lengua vehicular en la enseñanza. Mienten cuando sostienen que el castellano está amenazado (¿cómo podría estarlo?) e ignoran deliberadamente que los alumnos catalanes, con este sistema que a ellos les parece tan poco equilibrado, dominan mejor el castellano hablado y escrito que sus compañeros de comunidades monolingües en castellano. No hay duda: el camino hacia la independencia lo está abonando el nacionalismo, pero no el catalán.

 

Terrorismo económico

Dos años después del estallido de la crisis financiera y a pesar del fracaso de las políticas puestas en marcha para resolverla, el discurso dominante sigue sin apearse de los recortes. La vía de reducir el déficit se parece cada vez más a esos tratamientos de choque que tienen  tantos efectos secundarios que sólo pueden acabar con una enfermedad si de paso se cargan también al paciente. Salvar a los bancos ha costado dos billones de euros en ayudas directas, a las que hay que sumar otros tres billones en fondos que los bancos centrales (los de todos nosotros) han dedicado a evitar el colapso del sistema. ¿Y todo para qué? Una semana más, la economía europea se asoma al abismo, el desempleo sigue creciendo, el consumo se desploma  y una nueva recesión, aún peor que la primera, se hace cada vez más visible.

Nadie, o casi nadie, previó en 2007 lo que se nos venía encima. Para lo que no hay excusa es para la gestión de la crisis durante los dos últimos años, que ya todo el mundo está de acuerdo en que se ha convertido en un fracaso sin paliativos. PSOE (y PP) se aferran a la inevitabilidad. No era posible actuar de otro modo, repiten para autoexculparse y justificar, de paso, que después de las elecciones de noviembre van a seguir haciendo lo mismo.

No deben preocuparse. El miedo es su mejor aliado y pocas veces la sociedad española habrá votado más condicionada por el terrorismo económico.

Hay motivos

Los datos de patrimonio y rentas que sus señorías (diputados y senadores) acaban de hacer públicos –forzados, eso sí, por la presión de la opinión pública más que por una voluntad sincera de transparencia– han venido a poner en evidencia algunos hechos más que discutibles, especialmente en un país sometido a los rigores de una crisis económica imparable. A pesar de que muchos de ellos intentan disimular cifras y escamotear intereses, al final no han podido evitar que se conozcan las escandalosas cifras quen cobras muchos exparlamentarios que no las necesitan en concepto de complemento de pensión o de ingresos. O la indecente indemnización por cese de actividad que se ha llevado el exministro Ángel Acebes (PP) después de media legislatura larga sin dar palo al agua y a pesar de que sus actividades privadas, en un bufete de aboagos y en el consejo de administración de Bankia, le garantizan ingresos muy superiores a los de la media de los ciudadanos. Desde luego, hay motivos para la indignación.