Cada vez más griegos

Cada vez es más evidente que el PP está fracasando allí donde el PSOE se estrelló. La crisis económica se ha convertido en depresión, el Estado del bienestar se descompone y en vez del final del túnel toma cuerpo la posibilidad de que nos internemos en un abismo todavía peor (nada más elocuente que lo que escribieron estos días Enric González y Paul Krugman).

La consecuencia de esa doble manifestación de impotencia empieza a ser visible en términos de opinión pública y nos acerca día a día a la explosiva situación de Grecia. Y no me refiero a la situación económica, sino a la política. El último CIS redujo el peso del bipartidismo en España (PP+PSOE) al 70,2%, 3,1 puntos porcentuales menos que en las elecciones de noviembre que, por sí mismas, ya supusieron un retroceso de 20 años en la hegemonía de la alternancia. La suma de votos de conservadores y socialistas permanecía firmemente asentada en torno al 80% de los votos desde el año 2000. Pero, desde 2010, ha iniciado un lento pero aparentemente inexorable declive a medida que la identidad de políticas y la ausencia de éxitos en la lucha contra la crisis deterioraba su credibilidad.

Si tomamos como base de análisis la serie mensual de encuestas de intención de voto realizadas por Metroscopia para El País la tendencia no sólo es la misma sino que resulta mucho más acusada. El último sondeo sitúa la intención de voto de PP y PSOE en un raquítico 63%, muy similar a la cifra de abril (61,1%). Los datos revelan claramente el creciente desapego de los ciudadanos hacia los dos grandes partidos que sirven de soporte al sistema. Desde las elecciones de noviembre (73,3%) la suma de PP y PSOE ha bajado al 70% en marzo antes de desplomarse al 61,1% en abril, en plena fiebre de recortes sociales, incremento del paro recesión económica.

España no es Grecia, pero se parece cada vez más. Antes de haber ensayado gobiernos conservadores y socialistas (que a su vez fracasaron en la gestión de la crisis), Nueva Democracia y Pasok también sumaban el 80% de los votos de sus ciudadanos. Ahora están por debajo del 35%.

El asedio griego

No es fácil de aceptar.  

Le preguntamos a los griegos qué opinan, porque somos demócratas y europeos. Gana quien gana y pierde quien pierde. Y, como no nos gusta lo que los ciudadanos han decidido (castigar a los partidos que han aceptado aplicar las políticas de Merkel que están destruyendo el país), ahora concentramos todo el esfuerzo en presionar a Syriza (la Izquierda Unida griega) para que traicione a sus electores y haga exactamente lo contrario de lo que prometió en campaña electoral.

Es decir, la UE, Alemania y toda la eurozona presionan para que en Grecia haya un gobierno contrario a lo que sus ciudadanos han votado. Porque somos muy listos y sabemos mejor que ellos lo que les conviene.

Esa es nuestra forma de entender la democracia. Y es un fraude.

Los pájaros se vuelven contra las escopetas

La incomodidad que el resultado electoral griego ha provocado en los gobiernos de casi toda Europa (y en los poderes financieros a los que sirven) se está traduciendo, cada vez, más, en críticas abiertas a los ciudadanos que se han expresado en las urnas. Claro que, en democracia, la voluntad de los ciudadanos no puede ser el problema, por más que resulte incómoda para quienes, generalmente con escasa legitimidad, están acostumbrados a tomar las decisiones de fondo, esas que nutren el pensamiento único en nombre de los grandes consensos de Estado.

Muchos, gobiernos, corporaciones financieras y medios de comunicación, lamentan la pérdida de peso de los partidos tradicionales, que han pasado de concentrar el 80% de los sufragios a cosechar apenas una tercera parte. Lo de menos, a los ojos de quienes tienen la sartén por el mango, son las causas de ese descrédito. A ellos lo único que les importa es cómo garantizar la pervivencia del sistema de reparto de poderes del que se han beneficiado durante décadas.

Por eso ponen el foco en el auge de los demás partidos y tratan de meter a todos en el mismo saco, comparando lo incomparable, porque nada tienen que ver las posiciones de izquierda de Syriza, homologables con las de Izquierda Unida en España, con las tesis xenófobas y violentas de los neonazis. La preocupación de las formaciones bipartidistas que hasta hace poco se repartían por turnos el poder está justificada. Los pájaros han dejado de huir y se han vuelto contra las escopetas. El cazador, presa del desconcierto, trata de hacer valer las viejas reglas cinegéticas: “Oiga, que los pájaros son el objeto de la caza, no al revés”.

Eso es, precisamente, lo que está pasando Las reglas están cambiando y por eso la política se ha convertido en un fastidio para las corporaciones financieras y sus peones tecnócratas. El miedo les ha llevado a presentar la situación de Grecia como un caos ingobernable. “¿Lo veis?”, tratan de decir. “Era mejor antes, cuando nos limitábamos a cambiar de partido y a hacer la misma política gobernase quien gobernase”. Quieren que añoremos aquello que los ciudadanos griegos acaban, precisamente, de castigar.

Y quieren que lo hagamos porque todos ellos, partidos, corporaciones y tecnócratas temen que la situación se repita en el resto del continente europeo. Por eso es tan importante que reivindiquemos el resultado de las elecciones en Grecia. Porque el debate en toda Europa, ahora mismo, es entre quienes quieren cambiar el sistema económico, porque es injusto, y quienes preferirían transformar el sistema político, porque está empezando a dejar de servir a sus intereses.